No obstante, no hace demasiado me vi en la casi obligación de tener que tomar uno. Como ilustración al asunto, os cuento muy brevemente la experiencia, que no por repetitiva, deja de ser desagradable. Aparece una pequeña furgoneta, incómoda, el muy joven conductor tenía poco de modales y mucho de mal olor, el flamenco que sonaba por los altavoces era por supuesto del gusto de él y por un trayecto de 7 minutos me cobró 7€. Como podéis ver, una experiencia de todo menos positiva.
Digo esto, porque el servicio que se ofrece es muy deficiente, caro y basado en un monopolio, que a la larga tanto daño infringe al mercado. Además el problema es que no se quieren dar cuenta los taxistas que en su momento entraron al juego de un mercado poco menos que mafioso, con el trapicheo de las licencias para operar el servicio y que como siempre los políticos son los máximos responsables de habernos llevado hasta aquí por su manifiesta irresponsabilidad.
Llegados hasta aquí, en estos días podemos ver cómo el gremio del taxi ha declarado la guerra a la sociedad, esa que le proporciona el sustento, pero a la que desprecian con sus actos, no adaptándose a la realidad del mercado, que es en definitiva el que nos pone a cada uno en nuestro sitio. Porque en la ecuación del servicio del taxi el que sobra es el taxista y cuanto más tarden en darse cuenta más sufrirán. El servicio seguirá existiendo pero ellos no formarán parte de él. Podría aportaros multitud de enlaces y referencias al respecto de lo que os hablo, pero creo que con este será suficiente para que no le explote la cabeza a más de uno.
Como bien digo me dirijo al taxista y no al taxi, así que...adiós taxista, adiós.
